martes, 23 de abril de 2013

1. ¿Cuáles son las condiciones actuales de la actividad científica en Colombia?


Es preciso anotar que en Colombia la cultura de la consulta y contribución a las revistas mencionadas solo se inicia tímidamente a partir de las reformas universitarias de la década de los setenta, en algunos programas de formación universitaria y de posgrado.[1] 

Puede parecer aventurado en un país como Colombia, aquejado de tantos y tan diversos problemas, proponer a la ciencia - actividad a primera vista tan abstracta y, a ojos de algunos, monopolio de naciones avanzadas, dueñas de una vieja y arraigada cultura - como base de un plan moderno y digno.

Las razones para ello son muchas y de muy diversa índole: en primer lugar, la ciencia, concebida como la búsqueda del conocimiento, es la única actividad humana acumulativa y progresiva y que puede ofrecer al hombre la esperanza de un verdadero progreso, basado en un conocimiento de la naturaleza y de sí mismo. La formación de ese saber es tarea de toda la humanidad, sin distinciones de países o de razas e independientemente del grado de desarrollo económico de una u otra nación. La actividad científica debe entonces ser apoyada per-se, como una contribución a la tarea más noble y fascinante emprendida por el género humano: la comprensión de su origen, de su evolución y de su relación con el universo.


En segundo lugar, es evidente que la tecnología, que si bien en el pasado pudo haber nacido independientemente de la ciencia y haberla en ciertos casos precedido, tiene hoy cada vez más su base en el fruto de la paciente tarea que desarrollan los investigadores en sus laboratorios. No hay duda de que si la máquina de vapor pudo nacer antes que la termodinámica, la moderna informática no existiría sin el descubrimiento del transistor, producto de la investigación básica en física de los semiconductores. Igual cosa se puede afirmar de la relación entre la biotecnología y el descubrimiento de la estructura del ADN o ente la holografía y la física atómica. Por otra parte, no cabe la menor duda de que el mundo moderno es fruto del enorme desarrollo que la ciencia y la tecnología han tenido en los últimos tres siglos y, en especial, desde los albores del siglo XX. Es casi increíble que el avión y los viajes espaciales, la electrónica, la informática, la ingeniería genética y la biotecnología, la televisión y las telecomunicaciones hayan sido todo producto de la actividad humana de los últimos ochenta años. Esos descubrimientos y muchos más que sería largo enumerar, han moldeado el mundo moderno y marcado de manera irreversible la historia del hombre. Aun si un cataclismo viniese en este momento a exterminar el noventa por ciento de la humanidad, los pocos conocimientos que pudieran salvarse y más aún, el enfoque científico, serían suficientes para garantizar que los sobrevivientes pudieran reconstruir en un plazo muy corto el conjunto del saber perdido.

La característica fundamental de la moderna tecnología es la universalidad de su aplicación, ya que el más atrasado de los pueblos contemporáneos tiene acceso a bienes y servicios que estaban fuera del alcance de los privilegiados hace tan sólo pocos años. Es también la única herramienta que, bien aprovechada, puede acortar las enormes diferencias sociales y económicas que afectan a los pueblos del planeta. Sería utópico pensar que puedan garantizarse hoy en día condiciones de vida decorosas a un grupo humano sin contar con el soporte de la moderna tecnología. Tan sólo una agricultura moderna y altamente tecnificada puede permitir alimentar de manera satisfactoria a los 10.000 millones de habitantes que tendrá el planeta en el año 2020; sin la medicina más actual, es imposible reducir la mortalidad infantil y aumentar la esperanza de vida hasta niveles éticamente tolerables. La solución a los gravísimos problemas ambientales que amenazan el futuro de la especie, requiere un gran esfuerzo científico y tecnológico y no, como lo pretenden algunos, el retorno puro y simple a la edad de las cavernas.

Los países subdesarrollados que en las últimas décadas han comprendido el papel vital de la ciencia y la tecnología y han puesto en marcha políticas de desarrollo de esos sectores, han logrado, en un tiempo corto y contradiciendo de manera flagrante las teorías económicas tradicionales, alcanzar un desarrollo económico y social comparable al de muchos países industrializados.


[1] (Villaveces, 1990; Franco, 2009).

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