Es preciso anotar que en Colombia la cultura de la
consulta y contribución a las revistas mencionadas solo se inicia tímidamente a
partir de las reformas universitarias de la década de los setenta, en algunos
programas de formación universitaria y de posgrado.
Puede parecer
aventurado en un país como Colombia, aquejado de tantos y tan diversos
problemas, proponer a la ciencia - actividad a primera vista tan abstracta y, a
ojos de algunos, monopolio de naciones avanzadas, dueñas de una vieja y
arraigada cultura - como base de un plan moderno y digno.
Las razones para ello son muchas y de muy diversa índole: en primer lugar, la
ciencia, concebida como la búsqueda del conocimiento, es la única actividad
humana acumulativa y progresiva y que puede ofrecer al hombre la esperanza de
un verdadero progreso, basado en un conocimiento de la naturaleza y de sí
mismo. La formación de ese saber es tarea de toda la humanidad, sin distinciones
de países o de razas e independientemente del grado de desarrollo económico de
una u otra nación. La actividad científica debe entonces ser apoyada per-se,
como una contribución a la tarea más noble y fascinante emprendida por el
género humano: la comprensión de su origen, de su evolución y de su relación
con el universo.
En segundo lugar,
es evidente que la tecnología, que si bien en el pasado pudo haber nacido
independientemente de la ciencia y haberla en ciertos casos precedido, tiene
hoy cada vez más su base en el fruto de la paciente tarea que desarrollan los
investigadores en sus laboratorios. No hay duda de que si la máquina de vapor
pudo nacer antes que la termodinámica, la moderna informática no existiría sin
el descubrimiento del transistor, producto de la investigación básica en física
de los semiconductores. Igual cosa se puede afirmar de la relación entre la
biotecnología y el descubrimiento de la estructura del ADN o ente la holografía
y la física atómica. Por otra parte, no cabe la menor duda de que el mundo
moderno es fruto del enorme desarrollo que la ciencia y la tecnología han
tenido en los últimos tres siglos y, en especial, desde los albores del siglo
XX. Es casi increíble que el avión y los viajes espaciales, la electrónica, la
informática, la ingeniería genética y la biotecnología, la televisión y las
telecomunicaciones hayan sido todo producto de la actividad humana de los
últimos ochenta años. Esos descubrimientos y muchos más que sería largo
enumerar, han moldeado el mundo moderno y marcado de manera irreversible la
historia del hombre. Aun si un cataclismo viniese en este momento a exterminar
el noventa por ciento de la humanidad, los pocos conocimientos que pudieran
salvarse y más aún, el enfoque científico, serían suficientes para garantizar
que los sobrevivientes pudieran reconstruir en un plazo muy corto el conjunto
del saber perdido.
La característica
fundamental de la moderna tecnología es la universalidad de su aplicación, ya
que el más atrasado de los pueblos contemporáneos tiene acceso a bienes y
servicios que estaban fuera del alcance de los privilegiados hace tan sólo
pocos años. Es también la única herramienta que, bien aprovechada, puede
acortar las enormes diferencias sociales y económicas que afectan a los pueblos
del planeta. Sería utópico pensar que puedan garantizarse hoy en día
condiciones de vida decorosas a un grupo humano sin contar con el soporte de la
moderna tecnología. Tan sólo una agricultura moderna y altamente tecnificada
puede permitir alimentar de manera satisfactoria a los 10.000 millones de
habitantes que tendrá el planeta en el año 2020; sin la medicina más actual, es
imposible reducir la mortalidad infantil y aumentar la esperanza de vida hasta
niveles éticamente tolerables. La solución a los gravísimos problemas
ambientales que amenazan el futuro de la especie, requiere un gran esfuerzo
científico y tecnológico y no, como lo pretenden algunos, el retorno puro y
simple a la edad de las cavernas.
Los países subdesarrollados que en
las últimas décadas han comprendido el papel vital de la ciencia y la
tecnología y han puesto en marcha políticas de desarrollo de esos sectores, han
logrado, en un tiempo corto y contradiciendo de manera flagrante las teorías
económicas tradicionales, alcanzar un desarrollo económico y social comparable
al de muchos países industrializados.
(Villaveces, 1990; Franco, 2009).